Huaral: Vamos camino a convertirnos en sordos
Por: Arturo Moreno Carrera
Email:: imagencorp2011@hotmail.com
Un cartel sencillo, pero
espléndidamente designado, implora soberbio: “Si amas al Perú no toques el claxon”. Lo vi en la atiborrada avenida Abancay. Lo ha colocado la Municipalidad
de Lima. Seguramente serán decenas en todas partes de la metrópoli capital.
Pero, he aquí el quid del asunto: ninguno de los conductores lo ve. Y si lo ve
no hace caso. Y si hace caso no es por convicción, sino porque al atravesar esa
larga y ennegrecida calle no tuvo “necesidad” de pulsar el estridente aparato.
Vaya casualidad.
La contaminación sonora es, tal vez,
una de las más dañinas para el ser viviente. Sin embargo, es la que menos toma
en cuenta el habitante peruano. Salvo contadas jurisdicciones distritales,
donde se trata de poner coto sin éxito pleno. En Lima están para muestra Surco,
San Borja, Miraflores y La Molina. Reitero que tienen medidas restrictivas y se
generan campañas, pero el resultado aún es menor a lo esperado. El problema es la falta de
conciencia de las personas, llámese choferes,
vecinos, o comerciantes, que en cualquier momento irrumpen violentamente el espacio
silente con sus bocinas, altoparlantes, Etc. Etc.
A ver. Los escolares que estudian
cerca de avenidas principales están sobreexpuestos a contaminantes sonoros y su
salud corre grave riesgo. Pueden sufrir estrés, falta de concentración, entre
otros. Lo advirtió Digesa, del Ministerio de Salud. Para cualquier ser humano, sufrir la exposición al ruido dañino
significa altísimo peligro de la sordera, además de padecer un
inagotable estrés, aumento de la presión arterial, afrontar la posibilidad de
un derrame cerebral o, inclusive, de un ataque al corazón. Esto lo ha señalado
puntualmente la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Dicha entidad considera que 50 decibeles (dB) es
el límite superior deseable y todo ruido que supere ese techo conjetura
una intensidad nociva. Dice que más de 60 dB causa agitación de la respiración,
aceleración del pulso y taquicardias, aumento de la presión arterial y dolor de
cabeza. Más de 70 dB produce gastritis o colitis, aumento del colesterol, de
triglicéridos y de glucosa en la sangre. Ojo, la potencia en las discotecas
supera los 100 dB y en los “shows” a campo abierto sobrepasa los 150 dB. La OMS
afirma también que un ser humano expuesto durante largas horas al ruido
pernicioso necesita 18 horas de descanso en un lugar tranquilo para recuperar
su sensibilidad normal.
Si trasladamos todo este bagaje de
datos a nuestra realidad local, a Huaral, debemos resaltar que nuestra aparente tranquila e idílica
ciudad tampoco ofrece condiciones de salubridad acústica para
su población y menos para los visitantes o turistas que llegan en busca,
justamente, de paz y regocijo para recuperarse del estrés laboral. Los
resultados de este último fin de semana largo, festivo, y patriótico, lo
demuestran muy sencillamente.
Me decía el Padre Pepe la noche del 29
de julio: “la plaza es puro ruido”. Y es justo respaldarlo en su comentario. En un lugar tan pequeño como es el
centro de nuestra capital provincial han convergido,
confluyen y seguirán desembocando todas las actividades oficiales de
conmemoración, generando altas y largas emisiones de contaminación sonora que
altera el medio ambiente habitual. Súmenle a ello las bocinas de los vehículos,
especialmente de las motos taxis. Y los vendedores informales con bocinas o los
compradores de chatarra. Y los “jaladores” de pasajeros en los paraderos de
Cahuas, de la plaza Centenario y la calle derecha. Y las tiendas comerciales
que ponen música en volumen alto para atraer clientes. Y los vendedores de
discos en Del Solar. Y las congestiones de motorizados en Dos de Mayo o la
esquina entre Cahuas y Colán. Y los anunciantes de bailes sociales o de
presentaciones artísticas. Y, por si fuera poco, los estallidos de “avellanas” (cohetes) en plena madrugada.
Es decir, vamos camino a la sordera. Y
también vamos camino a conseguir que Huaral ya no sea un atractivo turístico para las familias que salen a buscar sosiego, buena comida, buen trato y
hospitalidad. Tal vez quede solo como un “point” (punto) de reunión para
quienes si buscan esas fiestas bullangueras o meramente la diversión en
ambientes ruidosos.
Pero lo que más nos ensordece
es la desidia de nuestras autoridades en relación a este tema.
Tampoco hay normas drásticas para combatir el flagelo sonoro. Sólo algunas
tibias acepciones que tampoco se ponen en práctica. Para el Código Penal es
sólo “una falta” contra la tranquilidad pública. En el caso del Código del
Tránsito, en su artículo 98, dice que el claxon sólo es para emergencias. Pero
que le podemos pedir a la policía, encargada de sancionar a los conductores si
sus propios elementos hacen sonar el silbato (pito) a diestra y siniestra, como
para rompernos el tímpano.
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